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Los Estados poderosos imponen su agenda política para impedir el desarrollo de los pueblos

  • Foto del escritor: Fulgencio Severino
    Fulgencio Severino
  • hace 17 minutos
  • 3 Min. de lectura
Estados Unidos

Los países más poderosos, en particular los Estados Unidos, imponen su agenda a naciones como la República Dominicana para impedir que alcancen su pleno desarrollo.


A medida que Estados Unidos pierde poder económico, innovador y militar, recurre a la presión sobre sus aliados e intenta hacer lo mismo con los países que no lo son, buscando que estos financien su bienestar y su hegemonía. La República Dominicana debe aprender de estas lecciones si realmente aspira a avanzar hacia un modelo de desarrollo propio y soberano.


Desde la llegada de Donald Trump a la presidencia, se ha evidenciado una política exterior basada en la imposición: aranceles, sanciones y la obligación a países aliados a contribuir con la economía estadounidense. El propio Trump ha afirmado que “todas las naciones deben aportar para resolver los problemas de Estados Unidos”.


Esa visión se refleja en medidas como la exigencia a los países europeos de destinar el 5% del PIB a defensa y comprar armamentos estadounidenses. Esa es la “libertad de mercado” que tanto predican: cuando producían más que el resto del mundo, impusieron el libre comercio; ahora que son superados, recurren a la coerción para mantener su poder económico y militar.


La República Dominicana ha vivido más de seiscientos años de colonización y dependencia. Primero fueron los imperios europeos, que bajo el pretexto de la evangelización cometieron el mayor genocidio del continente americano, incluyendo nuestro territorio, y se apropiaron de nuestras riquezas naturales para financiar su revolución industrial y su desarrollo, a costa del nuestro. Lo mismo ocurrió en África, donde la “liberación” de la colonización costó millones de vidas.


Luego, bajo la excusa del desarrollo, las potencias levantaron la bandera del libre comercio, un modelo que perpetuó la desigualdad: los países empobrecidos producían materia prima, y ellos vendían productos industriales con valor agregado.


A esta forma de expropiación económica se sumó la inestabilidad política inducida: golpes de Estado contra gobiernos soberanos, la imposición de dictaduras, el financiamiento de tiranos y la violación sistemática de derechos humanos en nombre de la “democracia” y la “libertad”.


A lo largo del tiempo, estas potencias han recurrido a distintos discursos para justificar su intervención: primero la evangelización, luego la lucha contra el comunismo, más tarde la guerra contra el narcotráfico. En todos los casos, el objetivo ha sido el mismo: impedir que los pueblos del Sur global, como la República Dominicana, alcancen niveles de desarrollo similares a los de ellos.


No buscan compartir, sino dominar; no desean cooperación, sino subordinación. Su permanencia en la cima depende, precisamente, de mantener a los demás en la base de la pirámide.


Durante más de seis siglos de colonización y neo-esclavización, las potencias han contado con gobiernos sumisos, dirigidos por políticos con vínculos económicos con corporaciones extranjeras, el narcotráfico y la corrupción. Estos actores se convierten en “presos de confianza”: útiles mientras sirven a los intereses imperiales, y extraditables cuando dejan de serlo.


Para que la República Dominicana alcance un desarrollo pleno y soberano, necesita políticos, partidos y gobiernos libres de esos conflictos de interés con las potencias económicas, especialmente con los Estados Unidos.


Las políticas públicas deben formularse en función del interés nacional, y las relaciones internacionales no deben estar determinadas por ideologías ni dependencias, sino por la búsqueda del bienestar del pueblo dominicano.


Solo así podremos aspirar a una República verdaderamente libre, independiente y desarrollada.

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